Descubrí la voz de Billie Holiday poco después de cumplir 14 años. Sucedió en una fiesta en la que todos tenían más años que yo y mucho alcohol encima. Sus movimientos parecían sucederse a cámara lenta; incluso la manera en como abrían y cerraban la boca se había contagiado de esa extrema lentitud. En la fiesta había dos prostitutas . Una de ellas se llamaba Sally. Llevaba el pelo rapado, pero hoy me resulta imposible recordar su cara. Vivía con un homosexual alto y delgado llamado Barry, un tio de dientes enormes con el pelo negro y lacio a quién recuerdo perfectamente, tenían por costumbre invitarme a su apartamento de Mayfair, y les gustaba enseñarme su armario lleno de cuerdas, mascaras y látigos. En cierta ocasión apareció un cliente cuando estábamos tomando el té, pero Sally le dijo que no podía atenderle porque tenía invitados. Una vez me llevo con ella a una cita con dos hombres de negocios estadounidenses. Fuimos al Ritz y comimos langosta - nunca antes la había probado - : me impresionó el chasquido de sus pinzas cuando las partiamos. Uno de los tipos me preguntó la edad, cuando se la dije le entró un sudor frio... pidió un taxi y se metió en el, no sin antes regalarme un libro sobre técnicas sexuales. Sally y Barry querían convencerme para que vendiera mi virginidad. Me telefoneaban para hablarme de un anciano caballero que conocían y de lo fácil que sería todo y de lo mucho que estaba dispuesto a pagar.
Yo no conocía a la prostituta que estaba en la fiesta ni tampoco sabía su nombre. Era rolliza y rubia. Se había desnudado y bailaba entre los invitados. De vez en cuando se agachaba, se frotaba los muslos y se lamía los dedos con un sonoro lametón. Todos reían y Barry siempre competitivo, se desnudó también y empezó a menearse ocultando su miembro entre las piernas. Su danza me fascinó, había cobrado un aspecto casi femenino.
Un tipo con un jersey oscuro no me quitaba los ojos de encima, me lanzaba besos apretando el morro y me guiñaba su ojo arrugado, me asusté. De hecho me daban miedo todos los que estaban allí menos Sally, porque me había dicho que siempre cuidaría de mi si hubiese problemas y yo creía en ella. Mi madre había organizado la fiesta e invitado a aquella gente. Reía, bebía y se lo pasaba en grande. Mi relación con ella había cambiado desde que se separó de mi padre. Hasta entonces habíamos sido en cierto modo aliadas, ocupadas cada noche en evaluar el riesgo y la probabilidad de violencia, dispuestas a huir y ocultarnos si las cosas se ponían feas. Pero la situación había cambiado y ahora eramos dos mujeres: Una joven, la otra no. Mi madre jamas decía que cuidaría de mi si había problemas y nunca le creí capaz de hacerlo. Sin embargo me di cuenta de que vigilaba al tipo que me estaba mirando.
Me refugié en un rincón apartado y me senté en la alfombra junto al nuevo tocadiscos, cuya superficie de color burdeos lucía un estampado que imitaba las escamas de una serpiente. Examiné el pequeño montón de discos que los invitados habían llevado a la fiesta y me fije en uno titulado "A Billie Holiday Memorial". En la portada había una foto en blanco de una mujer iluminada por un foco de escenario y enfundada en un vestido de noche blanco que dejaba los hombros al descubierto. Estaba erguida y tiesa, con la cabeza ligeramente levantada hacia la bendición de la luz, los brazos doblados y los puños bien cerrados. No le veía los pies, más por su postura podía adivinar que estaban firmemente anclados en el suelo, como si se hallara en la cubierta de un barco y tratara de mantener el equilibrio ante el incesante vaivén del océano. Se sometía al escrutinio de las luces y las cámaras frente a un público de extraños congregados en la oscuridad para admirarla y aún así parecía estar totalmente sola, como si el hecho de cantar la llenara de una inmensa dicha hasta el punto de no poder percibir ninguna otra cosa mientras durase la canción.
Puse la aguja sobre el disco negro en movimiento. La música empezó con las notas de un piano que entraba con la levedad de un bailarín antes de que se unieran otros instrumentos cuyos nombres desconocía. Era como una multitud exaltada hablando, riendo y contando chistes pero acompasada por el sonido de un ritmo regular. Una voz femenina irrumpió, de pronto entre los músicos, como el vuelo de un pájaro, entonces advertí que todos los instrumentos habían estado aguardando su llegada. Para mi sorpresa, no parecía importarle el ritmo que se iba tejiendo a su alrededor; hubiera dicho que lo estiraba hasta perderlo casi por completo, pero justo cuando ya parecia demasiado tarde recuperaba el compás. "I..." cantaba y su timbre era tan claro y poderoso como el de una trompeta mientras alargaba el sonido de aquella vocal, "I... cried for you, nowit´s your turn to cry over me". Su voz me resultaba cercana y familiar, como si me estuviera mirando a la cara. Me contaba lo mucho que había amado a un hombre que la había maltratado y la había hecho infeliz hasta que más tarde conoció a otro hombre más amable y volvió a ser feliz. Entretanto el hombre que le había arruinado la vida comenzaba a echarla de memos. El circulo se había cerrado y ahora le correspondía a el llorarla.
Cantaba con la bravura de una leona y sin embargo parecía temerosa como una niña. Nada me hacía pensar mientras cantaba que se sintiera amargada o resentida o que estuviera furiosa con el hombre había herido y se alegrara de verlo sufrir. El mensaje era mucho más sencillo: me decía que las cosas cambian, que la vida sigue, que tras la risa viene el llanto y tras el llanto nuevamente la risa, que después de caer derribado te alzas denuevo sobre tus pies. El disco siguió sonando y escuché una tras otra, historias que de él salían. Había mucho amor no correspondido y el anhelo de un mundo en el que un hombre y una mujer pudieran ser felices para siempre. Pero incluso las canciones más simples estaban impregnadas de coraje, como si el hecho de cantar fuera de por si una victoria y una manera de sobreponerse a la desesperación. El último corte del disco se titulaba "For All Me Know". No sabía cuanto tiempo había pasado entre las primeras grabaciones y esta ultima pero yo notaba que habían transcurridos varios años. Sin duda la cantante era la misma, pero su voz había cambiado profundamente: ya no tenía aquella efervescencia juguetona y frívola; ahora parecía seguir adelante gracias al empuje de su obstinación. Con todo, aquella voz no había perdido ni un ápice de vigor y escucharla me hizo fuerte.
A la mañana siguiente me compré aquel disco. Lo escuché una y otra vez hasta que me aprendí las letras de memoria y estas se convirtieron también en mis historias. No vayan a pensar que de repente empezé a creer en miradas lánguidas y en corazones sinceros, o en idílicas cabañas donde quería soñar, pero creía en Billie Holiday y en como su voz ahuyentaba mis miedos.
Desde entonces no me he separado del disco y lo llevo allá donde voy. No lo he cuidado mucho; el vinilo está rayado y combado, tan solo un par de canciones logran hacerse oir, pero no me he separado de el por el recuerdo de aquella jovencita en una fiesta, por la fotografía de Billie Holiday en la portada y por como me fascinó la primera vez que la oí cantar.
Yo no conocía a la prostituta que estaba en la fiesta ni tampoco sabía su nombre. Era rolliza y rubia. Se había desnudado y bailaba entre los invitados. De vez en cuando se agachaba, se frotaba los muslos y se lamía los dedos con un sonoro lametón. Todos reían y Barry siempre competitivo, se desnudó también y empezó a menearse ocultando su miembro entre las piernas. Su danza me fascinó, había cobrado un aspecto casi femenino.
Un tipo con un jersey oscuro no me quitaba los ojos de encima, me lanzaba besos apretando el morro y me guiñaba su ojo arrugado, me asusté. De hecho me daban miedo todos los que estaban allí menos Sally, porque me había dicho que siempre cuidaría de mi si hubiese problemas y yo creía en ella. Mi madre había organizado la fiesta e invitado a aquella gente. Reía, bebía y se lo pasaba en grande. Mi relación con ella había cambiado desde que se separó de mi padre. Hasta entonces habíamos sido en cierto modo aliadas, ocupadas cada noche en evaluar el riesgo y la probabilidad de violencia, dispuestas a huir y ocultarnos si las cosas se ponían feas. Pero la situación había cambiado y ahora eramos dos mujeres: Una joven, la otra no. Mi madre jamas decía que cuidaría de mi si había problemas y nunca le creí capaz de hacerlo. Sin embargo me di cuenta de que vigilaba al tipo que me estaba mirando.
Me refugié en un rincón apartado y me senté en la alfombra junto al nuevo tocadiscos, cuya superficie de color burdeos lucía un estampado que imitaba las escamas de una serpiente. Examiné el pequeño montón de discos que los invitados habían llevado a la fiesta y me fije en uno titulado "A Billie Holiday Memorial". En la portada había una foto en blanco de una mujer iluminada por un foco de escenario y enfundada en un vestido de noche blanco que dejaba los hombros al descubierto. Estaba erguida y tiesa, con la cabeza ligeramente levantada hacia la bendición de la luz, los brazos doblados y los puños bien cerrados. No le veía los pies, más por su postura podía adivinar que estaban firmemente anclados en el suelo, como si se hallara en la cubierta de un barco y tratara de mantener el equilibrio ante el incesante vaivén del océano. Se sometía al escrutinio de las luces y las cámaras frente a un público de extraños congregados en la oscuridad para admirarla y aún así parecía estar totalmente sola, como si el hecho de cantar la llenara de una inmensa dicha hasta el punto de no poder percibir ninguna otra cosa mientras durase la canción.
Puse la aguja sobre el disco negro en movimiento. La música empezó con las notas de un piano que entraba con la levedad de un bailarín antes de que se unieran otros instrumentos cuyos nombres desconocía. Era como una multitud exaltada hablando, riendo y contando chistes pero acompasada por el sonido de un ritmo regular. Una voz femenina irrumpió, de pronto entre los músicos, como el vuelo de un pájaro, entonces advertí que todos los instrumentos habían estado aguardando su llegada. Para mi sorpresa, no parecía importarle el ritmo que se iba tejiendo a su alrededor; hubiera dicho que lo estiraba hasta perderlo casi por completo, pero justo cuando ya parecia demasiado tarde recuperaba el compás. "I..." cantaba y su timbre era tan claro y poderoso como el de una trompeta mientras alargaba el sonido de aquella vocal, "I... cried for you, nowit´s your turn to cry over me". Su voz me resultaba cercana y familiar, como si me estuviera mirando a la cara. Me contaba lo mucho que había amado a un hombre que la había maltratado y la había hecho infeliz hasta que más tarde conoció a otro hombre más amable y volvió a ser feliz. Entretanto el hombre que le había arruinado la vida comenzaba a echarla de memos. El circulo se había cerrado y ahora le correspondía a el llorarla.
Cantaba con la bravura de una leona y sin embargo parecía temerosa como una niña. Nada me hacía pensar mientras cantaba que se sintiera amargada o resentida o que estuviera furiosa con el hombre había herido y se alegrara de verlo sufrir. El mensaje era mucho más sencillo: me decía que las cosas cambian, que la vida sigue, que tras la risa viene el llanto y tras el llanto nuevamente la risa, que después de caer derribado te alzas denuevo sobre tus pies. El disco siguió sonando y escuché una tras otra, historias que de él salían. Había mucho amor no correspondido y el anhelo de un mundo en el que un hombre y una mujer pudieran ser felices para siempre. Pero incluso las canciones más simples estaban impregnadas de coraje, como si el hecho de cantar fuera de por si una victoria y una manera de sobreponerse a la desesperación. El último corte del disco se titulaba "For All Me Know". No sabía cuanto tiempo había pasado entre las primeras grabaciones y esta ultima pero yo notaba que habían transcurridos varios años. Sin duda la cantante era la misma, pero su voz había cambiado profundamente: ya no tenía aquella efervescencia juguetona y frívola; ahora parecía seguir adelante gracias al empuje de su obstinación. Con todo, aquella voz no había perdido ni un ápice de vigor y escucharla me hizo fuerte.
A la mañana siguiente me compré aquel disco. Lo escuché una y otra vez hasta que me aprendí las letras de memoria y estas se convirtieron también en mis historias. No vayan a pensar que de repente empezé a creer en miradas lánguidas y en corazones sinceros, o en idílicas cabañas donde quería soñar, pero creía en Billie Holiday y en como su voz ahuyentaba mis miedos.
Desde entonces no me he separado del disco y lo llevo allá donde voy. No lo he cuidado mucho; el vinilo está rayado y combado, tan solo un par de canciones logran hacerse oir, pero no me he separado de el por el recuerdo de aquella jovencita en una fiesta, por la fotografía de Billie Holiday en la portada y por como me fascinó la primera vez que la oí cantar.
*Fuente: Julia Blackburn "Con Billy Holyday" - Ed. Globalryhthm
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BILLIE HOLIDAY - "A BILLIE HOLIDAY MEMORIAL" - Fontana
1. I Cried For You
2. Rifftin The Scocht
3. One, Two, Button Your Shoe
4. That´s Life I Guess
5. I´ll Never Be The Same
6. My Man
7. Nice Work If You Can Get It
8. I´ll Gat By
9. If Dreams Come True
10. On The Sentimental Side
11. What Wall I Say?
12. Long Gone Blues
13. It´s Easy To Blame The Weather
14. Gllomy Sunday
15. Am I Blue?
16. For All We Know
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