Buscar este blog

lunes, 15 de noviembre de 2010

MADRIGAL DE AUSENCIA


Hace unos días fallecía a los 94 años el maestro de maestros, el bandoneonista Marcos Madrigal. Formo parte de las primeras grandes orquestas como la de Osvaldo Pugliese, Horacio Salgán, Julio de Caro, Alfredo Gobbi, el sexteto de Elvino Vardaro, etc...
A los veintiséis años comenzó su tarea como profesor. Tuvo como alumnos a Ernesto Baffa y José Libertella, que eran muy jóvenes, y prosiguió hasta hoy, pasando por sus clases gran cantidad de alumnos entre los que se cuentan: Dino Saluzzi, Esteban Gilardi, Nicolás Paracino, Rufo Herrera, Carlos Niesi, Miguel Ángel Nicosia, Osvaldo Filomeno, Carlos Buono, Marcelo Nisinman, Carlos Viggiano, Víctor Hugo Villena, Matías González, Gabriel Fernández, Gabriel Merlino, Mercedes Krapovickas, Pablo Ciliberto y Julio Coviello, entre otros. Además, dando cortas e intensas clases a gente del interior del país como del extranjero. Escribió un excelente método de estudio para quien se inicia y para perfeccionamiento ya publicado.
-
Quería compartir aquí la hermosa nota que mi amigo el banoneonista Matías González le dedico a su maestro, porque refleja el gran aprecio y respeto que transmitía.
-
MADRIGAL DE AUSENCIA
“Es lo que siempre les digo a mis alumnos: que estudien, aunque quieran tocar el timbre. Yo les doy los consejos que puede dar alguien que vivió muchas cosas. La técnica es importante, pero yo les hablo de la música, de lo que es la vida y de ser ético. Hacerles comprender que además de ser muy buenos músicos tienen que ser muy buenas personas”.
-
Querido maestro; me voy a permitir tutearte por primera vez.
¿Cómo puedo agradecerte todo lo que me enseñaste? La picardía, , el respeto, el buen humor a pesar de las adversidades, la dignidad del trabajo, el naturismo (me refiero a comer sano y echarle limón al mate, no a ir a la playa desnudo), compartir desinteresadamente lo poco que se tiene, la humildad y hace tan solo tres semanas que las medialunas tostadas son más ricas. Me enseñaste, además de esto y otras tantas cosas, a tocar el bandoneón y, predicando con tu ejemplo, a no conformarme nunca y siempre seguir superándome.
Te conocí necesitando a alguien que supiera encausar mis anhelos, el más importante entre ellos era tocar el bandoneón. A fines de la década del ´90 nosotros no éramos la excepción de la situación imperante. Era tan acuciante la realidad que luego de algunas clases, me dijiste que no había más necesidad de pagarte las lecciones. Como yo no podía ni quería aceptarlo (pero tampoco tenía un mango) me las ingenié para compartir la mayor cantidad de tiempo que pude cerca tuyo.
Me acuerdo que bajo la utópica excusa de ordenarte las miles y miles de partituras apiladas en tu cuartito mítico te escuchaba durante horas. A veces tocabas o a veces conversábamos. Hacía mucho frío y cuanto más ordenaba, más polvo y ácaros flotaban en el aire. Como se hacía de noche temprano la merienda era con luz tenue (Claro… la merienda, porque cómo podrías permitir que yo me fuera con el estomago vacío) y el tecito con el saquito del Green Hills humeando. Siempre acompañado de esos bizcochitos maravillosos Hojalmar. Entonces empezabas a contar algunos de esos chistes (algunos levemente cochinos) y que tanto nos hacían reír. A pesar de la malaria, esa para mí, era la síntesis de la felicidad. Cada vez que encontraba algo que me interesara en tu biblioteca dantesca, te lo pasaba, lo tocabas y lo comentábamos. Podían ser desde las transcripciones de Art Tatum, o quizás algo de Albéniz, o de Mozart o algo de Máximo Mori o de Pérez Prechi. ¡Y ahora lo veo tan claro! Fue así cómo me enseñaste la curiosidad y la búsqueda permanente. Sin necesidad de siquiera tocar un solo botón. Eras como una simbiosis entre el Sr. Miyagui y el Maestro Yoda.
Un poco más adelante (ya tenías ochenta y pico de años) la situación te obligó a agarrar el bandoneón e ir a tocar a la estación de tren a ver si sacabas unos mangos. Recuerdo que al acompañarte por primera vez en ese Via Crucis a la estación Mitre tuve otra de tus enseñanzas trascendentales. En lo que para mí era el colmo de la decencia ni bien llegamos te pregunte:
-¿Maestro, cómo puede ser que Ud. a su edad y con su trayectoria tenga que estar tocando acá por unas monedas?
-¿Matías, cuál es el problema? Yo necesito trabajar. Esto lo tomo como un trabajo. Visto así no hay nada más digno que estar acá ¿o no?
Inmediatamente y como para cortar con la solemnidad dijiste:
-“¡Uy! Mirá esa viejita que viene ahí...
La viejita resultó ser una mujer que tendría 40/42 años y muy bien llevados. A la que terminaste piropeando (¡pero qué linda sonrisa!) y dedicándole rigurosamente “Palomita Blanca”.
Buen humor. Siempre. No hay trabajo indigno. Nunca.
¿Por qué será que esperaba que saliera alguna nota conmovedora recordándote?
¿Acaso porque Osvaldo Pugliese y Horacio Salgán empezaron sus carreras con vos al bandoneón?
¿O porque fuiste parte del legendario sexteto de Elvino Vardaro?
¿Quizás porque además trabajaste, y la lista es impresionante, junto a Alfredo Gobbi, Héctor Stamponi, Hector María Artola, Francisco Lomuto, Federico Scorticati, Carlos García, Dino Saluzzi, Osvaldo Fresedo, Roberto Pansera, Julio Ahumada, Carlos Marcucci, Antonio Agri, Leopoldo Federico, Jaime Gosis?
¿Podría haber sido porque formaste a varias generaciones de bandoneonistas (La lista es inmensa, sólo algunos de ellos fuimos: Juan José Libretella, Ernesto Baffa, Mario Montagna, Miguel Ángel Nicosia, Gabriel Merlino, Ernesto Molina, Ramiro Boero, Víctor Hugo Villena, Luciano Sciarreta, Horacio Romo, Marcelo Nisinman, yo?
¿Será por tu moderno método de bandoneón, recomendado ni más ni menos que por Roberto Di Filippo y Leopoldo Federico. Método que fuera relanzado por Ricordi hace poco? (y un paréntesis importante al respecto es que te escuché putear seguido por las condiciones de esa reedición)
Se ve que no te alcanzaron los méritos para tener aunque sea una notita en algún lado. No es algo que te interesara o preocupara demasiado, porque la vanidad no fue lo tuyo, pero duele ver que una parte importante de la historia del tango se nos va y que eso no repercute dónde y cómo corresponde. Muchas veces lo infame tiene un mejor agente de prensa.
“¡Que se jodan!” hubieras dicho y una vez más me hacés reír a carcajadas.
Puta madre, ¿será posible? Si cuando te vi hace tres semanas estabas bien. ¿Qué me importa que tuvieras 94 años? Si a pesar de que interrumpí tu siesta y un sueño bastante interesante, me recibiste sonriente y con abrazo largo. Pusiste la pava, nos tomamos dos o tres rondas de mates, tostaste las facturas al horno (que casi explota) y nos las comimos casi todas. Diez por lo menos. Me preguntaste que cómo estaba todo por Fggrrrancia y que cómo hago para bancarme a los Fggrrranceses. Hablamos de música. De cómo seguías estudiando a pesar de los dolores. Contamos cuántos alumnos tenías actualmente. Coincidimos acerca de cómo veíamos el país y nos acordamos de cómo cambió de cuando nos conocimos. Me preguntaste si todavía me colaba en el tren. Y te dije que sí. Solo es una estación. Después me acompañaste hasta la puerta.
"Nos vemos pronto y cuídese"

1 comentario:

  1. es una de las mejores cosas que lei, que un alumno le puede dedicar a su maestro. y sobretodo a Este MAESTRO.

    ResponderEliminar