La cosa empieza con una ecuación, relativamente insólita, pero no por eso menos ecuación:
(Alsina 1782, 4° piso B+Bop Club Argentino) x (Horacio Malvicino+ Piazzolla)=Norberto Gimelfarb vuelve al tango.
Lo cierto es que sucedió en un departamento de la calle Alsina, cerca de la esquina de la Confitería El Molino, mi preferida para ver puestas de sol en Buenos Aires. El departamento era el de la familia Iramain y a mi amigo, mi hermano en jazz, Carlos Iramain, un año mayor que yo, le debía ya el descubrimiento del jazz moderno y el Bop Club Argentino. En mi casa o en la suya nos reuníamos todos los sábados por la tarde a escuchar discos de jazz, de jazz moderno más que nada. Esa tarde de febrero o marzo de 1958 —llevábamos ya más de tres años con las discadas del sábado— nos reunimos en casa de Carlos.
Me recibió poniendo cara seria y me dijo que no íbamos a escuchar jazz, sino tango. Lo miré como diciendo «¿Qué bicho te picó, che?» y le dije que se fuera a cierto lugar que no suele mencionarse en los salones y que se dejara de molestar, pero en términos mucho más crudos. Lo traté además de hipertrofiado de cierta dependencia anatómica masculina. Pero Carlos, en sus trece: «Hoy vamos a escuchar a Astor Piazzolla.»Y yo: «¿Y quién es Piazzolla? ¿Y a mí qué carámbanos me importa el tal Piazzolla? Y te dejás de abusar de mi paciencia y te vas al carozo.» Valga una cita del cubano Alejo Carpentier: «Un discurso con muchos ajos.». Carlos, impertérrito: «Pero, Norbe, mirá que toca Malvicino.» Yo: «¿Cómo? ¿Malvicino? ¿Tango con guitarra eléctrica? Vamos, che, no me vengas con macanas.» Y Carlos: «Tomá, mirá el disco. Vas a ver.» A lo que yo: «Bueno, bah, sí, dale.» Y durante cinco o seis horas fatigamos —como diría Borges— el primer LP de 25 centímetros, Tango progresivo, del Octeto Buenos Aires, hoy inhallable. Y yo no entendía nada, pero todo tenía mucho swing y era tango y no lo era al mismo tiempo, era una cosa nueva que tenía polenta como el jazz y una polenta tanguera que iba derecho viejo a las entrañas tánguicas del chiquilìn copado con el jazz que entonces era yo. Le chamuyaba bajito y contundente. Y la viola de Malveta le daba a todo eso un hermoso color de audacia desenfrenada. Algo insólitamente arrobador, cuyo valor y audacia entonces no supe apreciar, pero que me sigue deslumbrando. Vaya como muestra para el lector que pueda oírlo «Lo que vendrá», composición y arreglo de Piazzolla, en que luce la guitarra eléctrica y electrizante de Malvicino, en dos solos: el primero sobre el tema lento y lírico, con cambio de tempo accelerando y luego ralentando hacia el final; el segundo, sobre el tema rítmico, es aparentemente más jazzístico pero está rodeado y enmarcado por el tutti que se vale de figuras tangueras obstinadas y dramáticas.
Fue aquel un sábado entanguecido hasta por los comentarios del papá de Carlos que nos decía, como los más de entonces, que eso no era tango porque no se podía bailar y no se pescaban los temas por conocidos que fueran. Ese primer longplay del Octeto (Octeto Buenos Aires—Tango progresivo—Allegro ALL 6001 LP, 25 cm) contenía, en efecto, los tan clásicos y tanguizos «Mi refugio» de Cobián, «Boedo» de Julio De Caro, «La revancha» de Pedro Laurenz y «Taconeando» de Pedro Maffia, además de «Tema otoñal» de Francini y «Lo que vendrá» de Piazzolla. Entanguecido sábado que me reveló el tango que andaba oculto en algún rinconcito mío y, sobre todo, me devolvió a mí al tango. Claro que pasarían años antes de que yo me pusiera a explorar sistemáticamente el mundo del tango, ya lejos de la patria, recorriendo las calles de mi memoria, los libros y los discos, pero aquella tarde y la guitarra de Malvicino me señalaron un camino claramente tanguero. Es que esa guitarra hablaba en porteño, aunque en porteño jazzero que le hacía crecer insospechados brotes al árbol del tango. Y el árbol del tango se pasó largo rato rascándose la copa para tratar de saber qué podían ser esos brotes nuevos, aparentemente heterodoxos y reos de alta traición, que a casi nadie se le ocurrió que podían ser «orres». Y a su modo lo eran.
Del por qué y cómo Malvicino podía devolverle el tango a un muchachito que tenía los pies en Buenos Aires y la cabeza en Estados Unidos y Francia, con el cuore haciendo el «grand écart» de las bailarinas entre esos puntos geográficos, la respuesta la da Piazzolla mismo en el libro de Gorin Astor Piazzolla. A manera de memorias, contestando a una pregunta sobre cuál de los tres guitarristas del Quinteto —Malvicino, Oscar López Ruiz y Cacho Tirao— sería el mejor:
«El que mejor comprendió todo lo que yo escribí es Malvicino, quizá porque es el más tanguero de los tres, porque pertenece un poco a mi generación. López Ruiz es posiblemente más moderno, jazzístico, el más intimista de todos […].» ( pág. 69)
Hay varios solos de Malvicino en ese primer disco del Octeto Buenos Aires, que no sólo revelan a un guitarrista virtuoso y elocuente, sino también un sonido de guitarra eléctrica muy de época, con la calidez y redondez particular que brindaban los osciladores de los amplificadores de la época, características que cambiaron con la adopción de los transistores y las demás innovaciones de la electrónica de la segunda mitad del siglo XX.
Horacio Malvicino, piazzollista emérito
Una parte importante de la obra tanguística de Malvicino se ha cumplido junto a Piazzolla. Que yo sepa, Malvicino nunca había tocado profesionalmente tango antes de entrar en el Octeto Buenos Aires, ese fruto de los sueños de Astor Piazzolla y de su avasalladora personalidad, fruto que nunca hubiera podido madurar sin el aporte personal e inconfundible de los músicos que pasaron por sus filas. Junto a Piazzolla en bandoneón estuvieron primero Roberto Pansera y luego Leopoldo Federico. Durante los tres años (1955-1958) que duró el Octeto Buenos Aires, con sólo un mes de trabajo y dos LP grabados en 1957, uno de las cuales es inhallable, en violín estuvieron Hugo Baralis y Enrique Mario Francini. José Bragato en violonchelo. Atilio Stampone en piano. El bajo lo tocaron (creo que sucesivamente): el Nene Nicolini, Hamlet Greco, Kicho Díaz y Juan Vasallo. Veamos qué dice Malvicino de su increíble, arriesgada y en cierto modo sufrida participación:
«O dejás a Piazzolla o te reventamos. — Amenazas de ese tipo recibía todos los días. Llamadas telefónicas, anónimos, tomatazos, tipos que me puteaban por la calle. Para peor yo era la guitarra eléctrica: el objeto maldito dentro del tango. De todas maneras la conspiración estaba en marcha. No era sólo nuestra música, era Astor. El era el símbolo de la herejía. El le había metido al tango contrapunto, fugas y "todo tipo de irreverencias", como dijo una vez un comentarista radial. Claro, la mayor de esas irreverencias era la inclusión de la guitarra eléctrica. Una idea de Astor, una brillante idea, no sólo por el instrumento en sí, sino porque eso le abría a la música de Buenos Aires la posibilidad de utilizar nuevos instrumentos, timbres novedosos. […] Pero cuando llegó la guitarra fue como si a los tangueros se les hubiera aparecido el mismo diablo. […] Yo me enloquecí con el Octeto. Era joven y creo que sentí que esa música me representaba. La juventud pensante de Argentina, llena de ideales y de bronca, encontró que esa música tenía vida, ritmo… que era joven.»
Malvicino, que es de 1929 y yo, que soy de 1941, coincidimos en esa última apreciación social de la música del Octeto. Lo que en esa época le estaba sucediendo a un sector de la mediana y alta clase media, así como a un sector de la alta sociedad, era una vuelta a facetas más nacionales de nuestra identidad, una manera de dejar un poco de lado y atrás lo que por muchos años había sido una de las aspiraciones de la clase media y de la alta: no parecer muy argentinos, no dejar traslucir los elementos más comunes y corrientes de los argentinos, imitar en lo posible los modelos extranjeros, los europeos primero y luego cada vez más los norteamericanos. Con la música de Piazzolla se podía sentir algo tan entrañablemente nuestro como el tango repentina y francamente conectado con el jazz y la música clásica del siglo XX.
(Alsina 1782, 4° piso B+Bop Club Argentino) x (Horacio Malvicino+ Piazzolla)=Norberto Gimelfarb vuelve al tango.
Lo cierto es que sucedió en un departamento de la calle Alsina, cerca de la esquina de la Confitería El Molino, mi preferida para ver puestas de sol en Buenos Aires. El departamento era el de la familia Iramain y a mi amigo, mi hermano en jazz, Carlos Iramain, un año mayor que yo, le debía ya el descubrimiento del jazz moderno y el Bop Club Argentino. En mi casa o en la suya nos reuníamos todos los sábados por la tarde a escuchar discos de jazz, de jazz moderno más que nada. Esa tarde de febrero o marzo de 1958 —llevábamos ya más de tres años con las discadas del sábado— nos reunimos en casa de Carlos.
Me recibió poniendo cara seria y me dijo que no íbamos a escuchar jazz, sino tango. Lo miré como diciendo «¿Qué bicho te picó, che?» y le dije que se fuera a cierto lugar que no suele mencionarse en los salones y que se dejara de molestar, pero en términos mucho más crudos. Lo traté además de hipertrofiado de cierta dependencia anatómica masculina. Pero Carlos, en sus trece: «Hoy vamos a escuchar a Astor Piazzolla.»Y yo: «¿Y quién es Piazzolla? ¿Y a mí qué carámbanos me importa el tal Piazzolla? Y te dejás de abusar de mi paciencia y te vas al carozo.» Valga una cita del cubano Alejo Carpentier: «Un discurso con muchos ajos.». Carlos, impertérrito: «Pero, Norbe, mirá que toca Malvicino.» Yo: «¿Cómo? ¿Malvicino? ¿Tango con guitarra eléctrica? Vamos, che, no me vengas con macanas.» Y Carlos: «Tomá, mirá el disco. Vas a ver.» A lo que yo: «Bueno, bah, sí, dale.» Y durante cinco o seis horas fatigamos —como diría Borges— el primer LP de 25 centímetros, Tango progresivo, del Octeto Buenos Aires, hoy inhallable. Y yo no entendía nada, pero todo tenía mucho swing y era tango y no lo era al mismo tiempo, era una cosa nueva que tenía polenta como el jazz y una polenta tanguera que iba derecho viejo a las entrañas tánguicas del chiquilìn copado con el jazz que entonces era yo. Le chamuyaba bajito y contundente. Y la viola de Malveta le daba a todo eso un hermoso color de audacia desenfrenada. Algo insólitamente arrobador, cuyo valor y audacia entonces no supe apreciar, pero que me sigue deslumbrando. Vaya como muestra para el lector que pueda oírlo «Lo que vendrá», composición y arreglo de Piazzolla, en que luce la guitarra eléctrica y electrizante de Malvicino, en dos solos: el primero sobre el tema lento y lírico, con cambio de tempo accelerando y luego ralentando hacia el final; el segundo, sobre el tema rítmico, es aparentemente más jazzístico pero está rodeado y enmarcado por el tutti que se vale de figuras tangueras obstinadas y dramáticas.
Fue aquel un sábado entanguecido hasta por los comentarios del papá de Carlos que nos decía, como los más de entonces, que eso no era tango porque no se podía bailar y no se pescaban los temas por conocidos que fueran. Ese primer longplay del Octeto (Octeto Buenos Aires—Tango progresivo—Allegro ALL 6001 LP, 25 cm) contenía, en efecto, los tan clásicos y tanguizos «Mi refugio» de Cobián, «Boedo» de Julio De Caro, «La revancha» de Pedro Laurenz y «Taconeando» de Pedro Maffia, además de «Tema otoñal» de Francini y «Lo que vendrá» de Piazzolla. Entanguecido sábado que me reveló el tango que andaba oculto en algún rinconcito mío y, sobre todo, me devolvió a mí al tango. Claro que pasarían años antes de que yo me pusiera a explorar sistemáticamente el mundo del tango, ya lejos de la patria, recorriendo las calles de mi memoria, los libros y los discos, pero aquella tarde y la guitarra de Malvicino me señalaron un camino claramente tanguero. Es que esa guitarra hablaba en porteño, aunque en porteño jazzero que le hacía crecer insospechados brotes al árbol del tango. Y el árbol del tango se pasó largo rato rascándose la copa para tratar de saber qué podían ser esos brotes nuevos, aparentemente heterodoxos y reos de alta traición, que a casi nadie se le ocurrió que podían ser «orres». Y a su modo lo eran.
Del por qué y cómo Malvicino podía devolverle el tango a un muchachito que tenía los pies en Buenos Aires y la cabeza en Estados Unidos y Francia, con el cuore haciendo el «grand écart» de las bailarinas entre esos puntos geográficos, la respuesta la da Piazzolla mismo en el libro de Gorin Astor Piazzolla. A manera de memorias, contestando a una pregunta sobre cuál de los tres guitarristas del Quinteto —Malvicino, Oscar López Ruiz y Cacho Tirao— sería el mejor:
«El que mejor comprendió todo lo que yo escribí es Malvicino, quizá porque es el más tanguero de los tres, porque pertenece un poco a mi generación. López Ruiz es posiblemente más moderno, jazzístico, el más intimista de todos […].» ( pág. 69)
Hay varios solos de Malvicino en ese primer disco del Octeto Buenos Aires, que no sólo revelan a un guitarrista virtuoso y elocuente, sino también un sonido de guitarra eléctrica muy de época, con la calidez y redondez particular que brindaban los osciladores de los amplificadores de la época, características que cambiaron con la adopción de los transistores y las demás innovaciones de la electrónica de la segunda mitad del siglo XX.
Horacio Malvicino, piazzollista emérito
Una parte importante de la obra tanguística de Malvicino se ha cumplido junto a Piazzolla. Que yo sepa, Malvicino nunca había tocado profesionalmente tango antes de entrar en el Octeto Buenos Aires, ese fruto de los sueños de Astor Piazzolla y de su avasalladora personalidad, fruto que nunca hubiera podido madurar sin el aporte personal e inconfundible de los músicos que pasaron por sus filas. Junto a Piazzolla en bandoneón estuvieron primero Roberto Pansera y luego Leopoldo Federico. Durante los tres años (1955-1958) que duró el Octeto Buenos Aires, con sólo un mes de trabajo y dos LP grabados en 1957, uno de las cuales es inhallable, en violín estuvieron Hugo Baralis y Enrique Mario Francini. José Bragato en violonchelo. Atilio Stampone en piano. El bajo lo tocaron (creo que sucesivamente): el Nene Nicolini, Hamlet Greco, Kicho Díaz y Juan Vasallo. Veamos qué dice Malvicino de su increíble, arriesgada y en cierto modo sufrida participación:
«O dejás a Piazzolla o te reventamos. — Amenazas de ese tipo recibía todos los días. Llamadas telefónicas, anónimos, tomatazos, tipos que me puteaban por la calle. Para peor yo era la guitarra eléctrica: el objeto maldito dentro del tango. De todas maneras la conspiración estaba en marcha. No era sólo nuestra música, era Astor. El era el símbolo de la herejía. El le había metido al tango contrapunto, fugas y "todo tipo de irreverencias", como dijo una vez un comentarista radial. Claro, la mayor de esas irreverencias era la inclusión de la guitarra eléctrica. Una idea de Astor, una brillante idea, no sólo por el instrumento en sí, sino porque eso le abría a la música de Buenos Aires la posibilidad de utilizar nuevos instrumentos, timbres novedosos. […] Pero cuando llegó la guitarra fue como si a los tangueros se les hubiera aparecido el mismo diablo. […] Yo me enloquecí con el Octeto. Era joven y creo que sentí que esa música me representaba. La juventud pensante de Argentina, llena de ideales y de bronca, encontró que esa música tenía vida, ritmo… que era joven.»
Malvicino, que es de 1929 y yo, que soy de 1941, coincidimos en esa última apreciación social de la música del Octeto. Lo que en esa época le estaba sucediendo a un sector de la mediana y alta clase media, así como a un sector de la alta sociedad, era una vuelta a facetas más nacionales de nuestra identidad, una manera de dejar un poco de lado y atrás lo que por muchos años había sido una de las aspiraciones de la clase media y de la alta: no parecer muy argentinos, no dejar traslucir los elementos más comunes y corrientes de los argentinos, imitar en lo posible los modelos extranjeros, los europeos primero y luego cada vez más los norteamericanos. Con la música de Piazzolla se podía sentir algo tan entrañablemente nuestro como el tango repentina y francamente conectado con el jazz y la música clásica del siglo XX.
De algunos músicos del Octeto Buenos Aires y de fuelles y guitarras especialistas en ornitología:
En ese primer Octeto Buenos Aires se encuentran músicos como Nicolini, que practica tanto el jazz como el tango, y Roberto Pansera. A éste lo conocí, como a Malvicino y Nicolini, en el escenario del salón de la YMCA en que se hacían las reuniones del Bop Club. Pansera estaba mucho más comprometido con el tango, claro está, que Malvicino. Sin embargo, iba a las reuniones del bop y tocaba el piano o sacaba el fuelle e improvisaba jazz. En la jaula de Pansera había gorriones, calandrias, jilgueros y zorzales que cantaban bebop con timbre tanguero. Piazzolla también iba al bop (tal vez lo haya llevado el Mono Villegas, «Villeguita» según el tango que le dedicó Astor). Y allí conoció a Malvicino y lo fue a buscar para que formara parte del Octeto. Todos estos músicos sentían que el futuro estaba en la incorporación al tango de rasgos venidos de la música culta y del jazz. No se trataba, insisto, de un simple fenómeno de importación, sino más bien de la búsqueda de rasgos comunes y vasos comunicantes entre esas corrientes musicales distintas. En esos casos mucho se ha insistido en el lado simplemente importador de rasgos ajenos al tango, en lugar de remontarse a lo que por su origen y desarrollo con él compartían las músicas importadas. Tampoco se ha destacado suficientemente lo que el tango, hasta ahora solo el de Piazzolla y los piazzollianos, puede darle al jazz y a la música llamada culta. En una de esas hay que escuchar cosas como «Tangology» de Malvicino pensando en lo que el jazz va a recibir de composiciones como esa —se trata de uno de los temas del segundo larga duración del Octeto (Octeto Buenos Aires—Disc Jockey DIS 15001, disco de 30 cm) con los mismos músicos que el primero—. «Tangology», desde su título en inglés —que recuerda temas clásicos del estilo bebop como «Ornithology» de Charlie Parker o «Anthropology» de Dizzy Gillespie— constituye un desafío abierto a la vulgata tanguera de fines de los años 50. Como «Ornithology», una línea melódica intrincada y original basada en los acordes de la canción popular «How High The Moon», y «Anthropology», una construcción alocada sobre la base de la trama armónica de la canción popular «I Got Rhythm», se inspira, a la manera jazzística, en la trama armónica de un tema popular norteamericano de los años 40, «Fiesta para cuerdas» (Holiday For Strings), de David Rose. Curiosamente, «Fiesta para cuerdas» ha sido un tema poco o nada explotado por los jazzistas. Malvicino habrá visto en él lo que podía tener de contenido tanguístico y el arreglo de Piazzolla hace el resto. En ese recurrir a inspiración norteamericana se da una relación con tendencias innovadoras tangueras de los años 40 en las que músicos como Maderna, Artola y Galván buscaban inspiración en los arreglos de temas populares norteamericanos de las orquestas semisinfónicas que dirigían André Kostelanetz, Morton Gould, Hal Mooney o David Rose y que gozaron de popularidad en Argentina. Con todo, no andaban exactamente por ese lado los caminos futuros del tango y sí por donde lo llevaron Piazzolla, Salgán, Rovira, Leopoldo Federico, Stampone o Malvicino.
En ese primer Octeto Buenos Aires se encuentran músicos como Nicolini, que practica tanto el jazz como el tango, y Roberto Pansera. A éste lo conocí, como a Malvicino y Nicolini, en el escenario del salón de la YMCA en que se hacían las reuniones del Bop Club. Pansera estaba mucho más comprometido con el tango, claro está, que Malvicino. Sin embargo, iba a las reuniones del bop y tocaba el piano o sacaba el fuelle e improvisaba jazz. En la jaula de Pansera había gorriones, calandrias, jilgueros y zorzales que cantaban bebop con timbre tanguero. Piazzolla también iba al bop (tal vez lo haya llevado el Mono Villegas, «Villeguita» según el tango que le dedicó Astor). Y allí conoció a Malvicino y lo fue a buscar para que formara parte del Octeto. Todos estos músicos sentían que el futuro estaba en la incorporación al tango de rasgos venidos de la música culta y del jazz. No se trataba, insisto, de un simple fenómeno de importación, sino más bien de la búsqueda de rasgos comunes y vasos comunicantes entre esas corrientes musicales distintas. En esos casos mucho se ha insistido en el lado simplemente importador de rasgos ajenos al tango, en lugar de remontarse a lo que por su origen y desarrollo con él compartían las músicas importadas. Tampoco se ha destacado suficientemente lo que el tango, hasta ahora solo el de Piazzolla y los piazzollianos, puede darle al jazz y a la música llamada culta. En una de esas hay que escuchar cosas como «Tangology» de Malvicino pensando en lo que el jazz va a recibir de composiciones como esa —se trata de uno de los temas del segundo larga duración del Octeto (Octeto Buenos Aires—Disc Jockey DIS 15001, disco de 30 cm) con los mismos músicos que el primero—. «Tangology», desde su título en inglés —que recuerda temas clásicos del estilo bebop como «Ornithology» de Charlie Parker o «Anthropology» de Dizzy Gillespie— constituye un desafío abierto a la vulgata tanguera de fines de los años 50. Como «Ornithology», una línea melódica intrincada y original basada en los acordes de la canción popular «How High The Moon», y «Anthropology», una construcción alocada sobre la base de la trama armónica de la canción popular «I Got Rhythm», se inspira, a la manera jazzística, en la trama armónica de un tema popular norteamericano de los años 40, «Fiesta para cuerdas» (Holiday For Strings), de David Rose. Curiosamente, «Fiesta para cuerdas» ha sido un tema poco o nada explotado por los jazzistas. Malvicino habrá visto en él lo que podía tener de contenido tanguístico y el arreglo de Piazzolla hace el resto. En ese recurrir a inspiración norteamericana se da una relación con tendencias innovadoras tangueras de los años 40 en las que músicos como Maderna, Artola y Galván buscaban inspiración en los arreglos de temas populares norteamericanos de las orquestas semisinfónicas que dirigían André Kostelanetz, Morton Gould, Hal Mooney o David Rose y que gozaron de popularidad en Argentina. Con todo, no andaban exactamente por ese lado los caminos futuros del tango y sí por donde lo llevaron Piazzolla, Salgán, Rovira, Leopoldo Federico, Stampone o Malvicino.
*Malvicino y el tango - Norberto Gimelfarbt
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ASTOR PIAZZOLLA - OCTETO BUENOS AIRES - TANGO PROGRESIVO
1. Boedo (De Caro/Linyera)
2. Mi refugio (Cobian/Cordoba)
3. Taconeando (Staffolani/Maffia)
4. Lo que vendra (Piazzolla)
5. La revancha (Laurenz)
6. Tema Otoñal (Francini)
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Piazzolla (Astor) - bandoneon
Federico (Leopoldo) - bandoneon
Francini (Enrique Mario) - violin
Baralis (Hugo) - violin
Bragato (Jose) - cello
Malvicino (Horacio) - guitar
Stampone (Atilio) - piano
Vasallo (Jose) - bass
fenómeno..emociona leer tu comentario. un saludo!
ResponderEliminarvivo hace re poco en un apartamento en buenos aires, como me gusta el tango! todos los fines de semana voy a ver algun show en la Boca
ResponderEliminarhola! buenisimo post!!! quisiera saber si tenes para hoy algun lugar para recomendarme donde se pueda escuchar tango progresivo instrumental!! abrazo y hermosa experiencia!
ResponderEliminarGracias!! en este enlace se puede escuchar algún tema del Octeto Buenos Aires, entre ellos alguno perteneciente a este disco:
Eliminarhttp://www.goear.com/search/OCTETO-BUENOS-AIRES---ASTOR-PIAZZOLLA/
Abrazo